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Erika P. Roostna

El instinto de escribir

Escritos en pandemia


Déspues de muchos días entre tantas incongruencias e incertidumbres, hoy desperté con un impulso de escribir. Como si necesitara volver a respirar. Y me pregunto ¿Escribir es un instinto?


Lo cierto es que, en el último año solo he sabido de muertos, enfermos, el terror de algo invisible, pero muy presente, como un fantasma. Un catálogo de horrores. Así que, en una discreta promesa conmigo misma, hoy decidí tomar de nuevo la pluma, me senté bajo una mañana, mitad sol, mitad brisa fresca, y escribí. No pensé, solo sentí, una especie de meditación necesaria.


Afuera, la realidad anda a su propia velocidad temeraria, y yo aquí, en mi jardín, me he bajado de la centrífuga que es ese mundo, para crear uno propio, a mi voluntad, necesidad y esperanza.


No quiero volverme arisca, no quiero que el mundo me endurezca. Sé, como sé respirar, que hay un misterio en el acto de escribir: me mantiene frágil y fuerte a la vez. Me mantiene concreta, viva y alerta. En el papel, destapo mentiras, descubro verdades, disuelvo oscuras fuerzas. Me acompaña una melodía, que poco a poco, me afloja esa vigilancia perenne en un lugar sobre el cual tengo cero control. Al escribir, solo controlo la piquiña de mi mano y de mi mente.


En esas líneas locas hay destellos de memorias, de lecciones. En ellas se borran mis miedos y mis indecisiones. Puedo jugar con fuego, sin temor de quemarme, aun inmolándome en mis palabras.

Escribir para mí, es inevitable. Como tomar agua. Es un instinto.


¿Cuál es tu instinto?






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