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Erika P. Roostna

De los mentores y maestros



Cada cierto tiempo aparece alguien que te revuelve la vida y te hace pensar sobre lo que es importante, pero sobre todo te hace sentir. Porque dicen que cuando el alumno está listo, aparece el maestro.


Confieso que he vivido bajo la sombra del miedo, negándome mi lugar en el mundo como escritora, pensando siempre que no soy lo suficientemente buena, creativa, inspirada…todas esas marañas que me alejan de la página y el destino.



Entonces, de la nada, aparece Margarita y me pide que le escriba algo. Todas las ganas reprimidas por las dudas desaparecen, y yo comienzo. Lanzada a una feroz batalla con mis demonios, escribo porque se lo debo a Margarita. Fue mi maestra de escritura cuando llegué al Canadá, cual tabla rasa. Ella fue quien me sentenció a escribir. Y yo, acepté, muchas veces fantaseando con el romanticismo de este arte. Me imaginaba quizás sentada en un café de París tomando nota de los colores del atardecer, o en un pequeño estudio a orillas del Mediterráneo. No sabía que, en realidad, la travesía sería ardua, a veces solitaria, como en busca del santo grial entre las letras de mis textos. He enfrentado la página en blanco, no como una promesa, sino como un abismo, me han dolido las notas y rayaduras rojas de la edición como rasguños sangrantes, pero también he saboreado el dulzor de mi texto publicado, el nacimiento de un cuento. Y eso, no tiene precio.


Las palabras de alabanza de Margarita me dan piso. “tus palabras me han vuelto a hacer sentir ese calor literario que emana de ti. Sigue adelante por ese camino que tú te forjaste cuando llegaste al Canadá”.


En estos días de pandemia, soledad y angustias, apareció Margarita y me devolvió las ganas de escribir.

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