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Las vueltas que da la vida

De cómo me convertí en la heroína de mi propia historia

Hola. Soy Erika y mucho me ha sucedido en los últimos veinte años.​

 

No soy la misma persona que salió de Venezuela hace más de veinte años, muerta de miedo, pero sin mirar atrás. Traje a mi familia a un país que había visitado una sola vez, pero a veces, una sola vuelta en tus entrañas basta para decidir el destino. Quemé mis puentes y su luz más o menos me iluminó el camino, pero también me llevé algunas quemaduras emocionales de las de peor grado.

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Soy hija y nieta de refugiados de guerra, quienes valoraban el trabajo duro con humildad y sin hacer mucho ruido; consideraban que la felicidad y el bienestar serían subproducto de lo primero. Al emigrar, esos valores aprendidos se hicieron cruz de fuego, para mezclarme en la nueva cultura con el miedo a fracasar, a no estar a la altura de los retos, a no causar malas impresiones y a ser aceptada por mi nuevo país. Viendo mi vida como una película en modo repeat, el resultado ha sido una constante lucha contra el empequeñecimiento. Confieso que, a mis sesenta y dos años, aun ando batallando ese estigma, pero el tiempo y las arrastradas me han sacado una guerrera interior, rebelde y porfiada.

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Como en todas las historias, la vida da muchas vueltas. La mía está llena de villanos, aliados, coprotagonistas y rellenos, pero yo soy la protagonista; esa es la forma de reconocerme de nuevo, de celebrar la aventura de vivir, rodar y escribir, con todo y sus obstáculos y epifanías, victorias y derrotas.​

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Tampoco soy la misma persona cada vez que enfrenta una página en blanco para escribir un texto. Es el mismo terror a no ser suficiente, a no saber si lo que voy a escribir calara en mis lectores, o si puedo continuar haciéndolo por mucho más tiempo.

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Cada reto y cada batuqueada me lanzaron a la desesperación y confusión, a llenarme la cabeza de dudas y preguntas. Esto va a sonar contrario a toda lógica (créanme que me ha costado un montón), pero les aseguro que la clave de la valentía es la rendición. No como “tirar la toalla” sino como entregarse a la experiencia sin el pujo ciego que desgasta, ni la ansiedad que seca el alma, sino la confianza, llámalo fe o esperanza, que todo funcionará al final. Cuando lo que no te mate, te fortalece, te conviertes en tu propio héroe o heroína, alguien dispuesto a tomar riesgos para proteger a otros, a hacer algo que nadie está haciendo, a crear cambios auténticos y para hacer de este mundo un lugar un poquito mejor.

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¿Alguna vez te has considerado el héroe o la heroína de tu propia historia? Pues, llegó tu tiempo...

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¡Bienvenidos a mi página y a mi mundo!

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Cariños,

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Erika

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